Fragmento de

Las Crónicas de Enthor

En esta página que he decidido llamar fragmento, voy a ir incluyendo algunos capítulos de este libro para que los conozcáis poco a poco.

Este en concreto está dedicado a mi primera trilogía y a la que le tengo tanto cariño. Como podréis comprobar la trilogía es una aventura épica medieval donde los héroes de la historia vivirán aventuras inimaginables luchando contra un villano con una inteligencia y un sentido de la maldad míticos. Se enfrentarán a seres fantásticos, a dragones de las más variopintas formas y lo más difícil, a amores del pasado que luchan contra los amores del presente.

Animaos y adentraros en una historia que os hará vivir la mayor de las aventuras.

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Las crónicas de Enthor.

Prólogo:

 

      Antonio Fernández Aguilar nos ofrece una valiosa máxima en el preámbulo de su última obra: Sé una persona sencilla, pero no simple. Nunca dejes de soñar.

     Y en esta entrega de la trilogía Las crónicas de Enthor, el escritor villarrense, fiel a su consejo, vuelve a desplegar con sencillez narrativa todos los sueños cargados de imaginación y fantasía. Es una obra que cautiva al lector desde el primer párrafo introduciéndole en un mundo de ilusión en el que el honor, el amor, la lealtad o la valentía libran atroces batallas contra la injusticia y el mal.

     La fantasía histórica en la que se enmarca la trilogía de Fernández Aguilar, iniciada con Las crónicas de Enthor, toma el rumbo y sabe beber de las fuentes de maestros como Tolkien en El señor de los anillos, Ende y La historia interminable, el Conan de Howars e incluso Homero y su Odisea. Prodigios de desbordante fantasía que nos transportan a mundos soñados en los que la realidad sólo tiene sentido en la imaginación del lector.

     Hay quienes opinan que Las crónicas de Enthor son especialmente apreciadas por los jóvenes, y cierto es porque, en mi opinión, joven es aquél que a cualquier edad es capaz de imaginar lo que para los pesimistas y los melancólicos no es más que ilusión perdida y utopía imposible.

                    Matías Prats.

Añejos temores, funestos augurios

 

     Es extraña la facilidad que tienen para olvidar los malos momentos las criaturas mortales. Al principio dejan de ser hechos tabúes para convertirse en relatos poco agradables, después pasan a ser extrañas leyendas y, poco a poco, simples mitos o cuentos que nadie escucha, o que se utilizan para asustar a los niños si hacen tra- vesuras. Pero heme aquí, para volver a contar aquello que ni los más ancianos quieren recordar, aunque el corazón me arda de dolor al hacerlo. Ya que, una vez más, el equilibrio del mundo está a punto de inclinarse hacia las profundas tinieblas de la oscuridad.

   Tengo que remontarme hacia finales de la segunda era, la era de la ilusión. Las distintas razas que por aquellos entonces habitaban la tierra de Enthor, vivían en relativa paz desde las “Guerras de los territorios” o “Guerras de la herencia”, en las que terminaron envueltos todos los pueblos y tras las que acor- daron mantener un pacto que evitase el derramamiento de sangre por simple codicia y orgullo. La paz se mantuvo hasta que un día, hace más de mil quinientos años, los cimientos de la tierra fueron sacudidos por una gran bola de fuego que cayó del cielo partiendo nuestro mundo. Como resultado, nacieron dos nuevos continentes. Uno en el que se quedó el trozo de la montaña ígnea y que quedó deshabitado y maldito, por lo que le pusieron por nombre Shadoom o Tierra de perdición. Y el otro, de un tamaño considerable, al cual ahora llamamos Aegir.

   Poco tiempo después del cataclismo, del continente de Shadoom emergieron criaturas grotescas que intentaron arruinar y conquistar lo que quedó del mundo tras la catástrofe. Estas criaturas eran dragones cromáticos. La guerra estaba perdida hasta que el gran dios Draco intervino con sus dragones me- tálicos junto con algunos artefactos mágicos, equilibrando la balanza. La unión de los pueblos y el apoyo del dios Draco hizo que los dragones cromáticos retrocedieran hasta Shadoom y allí fueron encerrados, anulando su voluntad con “el vial oscuro de la sangre de los dragones”, el cual se puso a buen recaudo para que nadie volviese a usarlo.

    Pero el destino es cruel algunas veces, y alguien que se hace proclamar Lord Kranos ha conseguido el vial teniendo acceso a los dragones de nuevo, volviendo a declarar la guerra a Aegir.

  En esta ocasión, solo la perspicacia y audacia de un grupo tan distinto de otros, como la noche y el día, tendrán la capacidad de frustrar los planes de Lord Kranos. ¿O tal vez no? Esperemos que por el bien de Aegir y por ende de todo Enthor sean capaces de cumplir con su destino.

                Firmado:

                                    Slazvil.

CAPÍTULO 1

– Un nuevo comienzo-

 

     Era una tarde oscura y desapacible. El viento ululaba entre las ramas de los árboles, los cua- les, vestidos con sus dorados trajes otoñales, sequejan al tener que desprenderse de ellos cubriéndolo todo con un grueso manto de hojas. El cielo, teñido de gris plomizo, deja caer una fina pero incesante llovizna que unida al implacable látigo del viento, se convierte en un enjambre de molestos insectos con gélidos aguijones que insistentemente flagelan el rostro de una encogida figura acurrucada en una recia capa. Bajo ella, se deja adivinar el tenue brillo de una coraza antigua sal- picada de pequeñas abolladuras y ávida de tiempos mejores. Una extraña sonrisa, mezcla de ironía y melancolía, se formó en el empapado rostro, mientras que con unos profundos ojos castaños poseedores de una experiencia muy superior a la edad de la que disfrutaba en ese momento, miró el emblema y aprovechando el mojado paño del que estaba compuesto la capa, comenzó a frotar tratando de devolverle el brillo, aun a sabiendas de que nunca volvería.

—Empiezo a creer que no hemos hecho bien en em- prender este extraño viaje. ¿Verdad, Idalir?, viejo amigo —comentaba más para sí que para su compañero, un hermoso caballo de color negro azabache.

    Era un ejemplar de porte robusto y orgulloso, aunque de noble talante y bella estampa. Hijo de un caballo salvaje al cual llamaban MountainWind y de una hermosa yegua pura sangre de pelaje negro profundo, el cual le cubría todo el cuerpo menos una pequeña estrella en la frente de color blanco, por la que la llamaron MorningStar. El animal obtuvo los mejores atributos de sus progenitores. Tenía un cuello largo y fuerte, como su padre, del que emanaba una cascada de crines negras, que húmedas como estaban, resplandecían casi con brillo propio, al igual que su larga cola. Debido a su gran altura, su fuerte tórax y el tremendo brío con el que hacía sonar sus anchos cascos, muchos pensaron que estaban ante el corcel de la muerte que venía a recogerlos huyendo incluso antes de comenzar el combate. Pero a la vez, era fiel, valiente y un gran aliado en las batallas. Este comportamiento noble estaba unido a unos ojos profundos, casi humanos, capaces de transmitir sentimientos, llegando a formar prácticamente un mismo ser. Incluso hubo quien pensó estar luchando con algún tipo de centauro, ¡tal llegaba a ser su compe- netración!

—¡Estás empapado! Aunque yo no lo estoy menos. A veces dudo que estuviese mi abuelo en su juicio cuando me encomendó esta búsqueda, pero se lo prometí. Bueno… al fin y al cabo, ¿qué es una llovizna en comparación a lo que pasamos en el peregrinaje hacia Krankas, la gran montaña blanca? Por lo menos, aquí no está nevando —comenta mientras le da algunas palmadas en el cuello. Relinchando y agitando la cabeza, Idalir le contesta deteniendo la marcha—. Bueno, tienes razón. Mereció la pena el viaje —contesta mientras recorre la empuñadura de la espada con los dedos de forma distraída—. Y en ese caso, no se equivocó mi abuelo al enviarme allí —con otro relincho de afirmación, Idalir vuelve a retomar el paso—. Es solo… Que en esta nueva misión tengo un extraño presentimiento. Y esos malditos sueños que no me dejan descansar me ponen de mal humor. Espero que solo sean eso, sueños… Pero, ¡basta ya! —reniega intentando no dejarse llevar por los malos presagios—. Nos estamos demorando demasiado y la noche no se presenta acogedora. Deberíamos apresurar la marcha y llegar pronto a algún lugar donde guarecernos —confirmando su decisión emite unos suaves silbidos, seña para que Idalir comenzase un ligero trote, ya que no podían ir más rápido, porque el camino por el que se dirigían hacia las montañas Nubladas, buscando el paso de Gray Fear, el cual, según la leyenda era la única forma de llegar al bosque oscuro, ensanchaba poco más que una senda relativamente despejada. No había mucho tránsito por ella excepto cazadores, algunos mercaderes de no muy buena reputación, aventureros e incautos, no sabiendo muy bien entre cuál de los dos últimos se encontraba él.

     Huérfano desde que tenía ocho años, Slay ha estado viviendo en la herrería de su abuelo desde entonces, ya que, tanto sus padres como toda la aldea en la que vivían, desaparecieron por completo quedando solo una enorme y chamuscada mancha negra. Él se encontraba en el bosque recogiendo frutos silvestres, cuando una especie de rugido terrible hizo que todo quedase en silencio, para luego oír como si un gigantesco fuelle expulsase una gran bocanada de aire. Le siguieron durante algunos segundos gritos de agonía que se diluían entre las ramas de los árboles y el chasquear de las maderas. No sabía qué era esto tan horrible que estaba ocurriendo y que lo mantenía petrificado, pero al elevarse un muro de humo negro, como las alas de la muerte, comprendió de dónde provenía y liberándose de los grilletes del miedo corrió con todas sus fuerzas hacia su hogar. En el tremendo embestir de su carrera se golpeó con una rama en el rostro haciéndole sangrar profusamente, mas él no notaba el aguijón del dolor ni la sangre que le emanaba, porque la desesperación, el pánico y la angustia le atravesaban el corazón como una espada al rojo y le zarandeaban las piernas como un violento terremoto. Ninguna persona adulta estaba preparada para tan grotesca visión, cuanto menos un niño de tan corta edad.

    Las casas estaban totalmente calcinadas, solo algunos postes se mantenían en pie, ennegrecidos testigos de la desolación o ardiendo cual siniestras antorchas. ¡Incluso las piedras habían estallado debido al inusitado calor por el que habían sido heridas! Pero eso no era lo peor. Decenas de cuerpos yacían esparcidos en el suelo retorcidos en horrendas posturas con los miembros carbonizados. Los rostros de algunos aún se mantenían en un silencioso grito con la boca totalmente desencajada y los ojos desechos en sus cuencas. Un nauseabundo hedor a carne socarrada lo inundaba todo. No aguantando más esta terrible visión, Slay dejó caer la cesta de sus manos, para luego seguir su mismo camino. Una última imagen se grabaría en sus pupilas mientras perdía el conocimiento; entre el fuego y los muertos, paseaba una niña de extraño atuendo. Días después despertó en una mullida cama acompañado de su abuelo. Él no se atrevió a hablar sobre el horrible espectáculo que presenció y su abuelo tampoco encontraba fuerzas para hacerlo. La gente de los alre- dedores inventaba ridículas teorías sobre lo ocurrido y aunque cuando él pasaba cerca cambiaban de conversación, a veces era demasiado tarde, habiéndolo escuchado todo. Algunos decían que habían sido castigados por los dioses, e incluso hubo quienes pensaban que el culpable debía de haber sido él en algún modo, ya que de forma inexplicable era el único superviviente de la desolación, marginándolo y apartándose de él como si fuese portador de la peste. Descorazonado, deshecho, bajo el continuo murmurar de la gente, no podía soportar más la sarta de infames blasfemias, por eso, su abuelo trasladó la herrería a un lugar solitario cerca del lago Gris. Allí aprendió a forjar su corazón y sentimientos con acero, martillo y fragua, mientras trataba de quemar los recuerdos de aquel maldito día. Tendría unos doce años cuando una mañana, al acercarse al lago para recoger agua, sintió que unas suaves manos le tocaban el hombro desde atrás. Aunque la sensación era reconfortante, dio un brinco que le hizo perder el equilibrio y terminó cayendo al agua. Al incorporarse, una hermosa jovencita se llevaba la mano a los labios tratando de que no brotase la inevitable risa. Pero no pudo contenerse. Los grandes ojos negros como el manto de la noche misteriosa, se entornaron en una delicada línea, como dibujada por el mayor de los artistas, mientras la encantadora sonrisa se abría para estallar en una contagiosa carcajada. Los pómulos, de aspecto suave cual porcelana, se sonrojaron, y un mechón de pelo largo y rizado recorrió su rostro como una ola del color del atardecer, como un chorro de acero fundido. Hipnotizado ante su belleza no atinaba a moverse, a salir del agua, a respirar tan siquiera. Pensó que esta imagen le acompañaría en los peores momentos de su vida dándole refrigerio y demostrándole que quedan motivos por los que luchar. Tendiéndole una mano, la muchacha le ayudó a salir del agua. Moviendo ligeramente la cabeza hacia un lado en un entrañable gesto y aún haciendo esfuerzos por contener la risa, la muchacha se presentó.

—Hola, me llamo Yamáhiris —dijo con un aire de ino- cencia que rozaba lo angélico—. Siento haberte asustado y haberme reído. Es solo que ha sido tan graciosa tu reacción… Cualquiera diría que un dragón te hubiese tocado el hombro para devorarte —un nuevo brote de risa la interrumpió, pero rápi- damente se recompuso—. Bueno, y tú, ¿vas a presentarte o vas a seguir mirándome sin decir nada? —ligeramente turbado, mira la mano que le mantenía la muchacha extendida para que la besara delicadamente, y al contrario de lo que ella esperaba, la estrecha en un fuerte apretón mientras tartamudea.

—Me llamo S-Slay. Slay Kliver. Trabajo, vivo, bueno… Vivo y trabajo con mi abuelo en la herrería de ahí detrás. Mi abuelo es un hombre un poco serio, aunque es muy bueno y se ha portado muy bien conmigo. ¿Te gustaría ver la herrería? Bueno, supongo que no. ¿Para qué querría ver una herrería una chica tan hermosa y delicada como tú? Y… No sé —y suspira profundamente mientras la mira a los ojos quedando nuevamente callado pero sin soltar la mano de ella ni dejar de agitarla. Tras unos segundos de silencio, ella le mira la mano y esta vez sí, sintiéndose profundamente turbado, la suelta con un gesto brusco y la esconde tras la espalda. Con una nueva carcajada retira lentamente la muchacha la mano.

—¿Sabes?, eres un chico muy simpático, Slay Kliver, y fuerte —le dice con mirada de complicidad—. Acepto. ¡Me encantaría ver la herrería de tu abuelo! No te dejes engañar por mi aspecto. Las espadas y armas en general son mi mayor pasión y soy muy buena practicando con ellas —debía de estar soñando. No podía existir alguien tan perfecto.

Con los ojos brillantes de ilusión, rápidamente la sujetó por el brazo e intentó correr hacia la herrería, pero ella se detuvo. Extrañado le preguntó qué pasaba y Yamáhiris, con la mirada de hipnótica inocencia que la caracterizaba, se le acercó lentamente susurrándole al oído que tenía miedo que su abuelo se enfadase con ella por estar allí. Aun no entendiéndolo del todo, Slay esperó a que su abuelo saliese de la herrería al pueblo para enseñársela. Le hizo muchas preguntas sobre cómo se fundía el metal, cómo se forjaban las espadas, y sobre una extraña arma- dura de la que él no sabía nada y que resultó ser la que ahora llevaba puesta.

     Durante varios días, quedaron cerca del lago para jugar y practicar con la espada, pero siempre donde no pudiesen verlos. Realmente era hábil en la esgrima y prácticamente siempre le ganaba. Entre risas y empellones aparecía la misma pregunta sobre una armadura con un dragón dorado en el interior, hasta que un día, un poco enfadado por la insistencia de ella, le contestó bruscamente que no sabía nada sobre ninguna armadura, excepto las que tenía colgadas en la pared o las que les man- daban reparar, y ninguna tenía ningún dragón, ni dorado ni de ningún otro color. Ese fue el último día que la vio. Nunca más volvió a aparecer junto al lago.

   Pasaron días en los que se estuvo culpando por haberle contestado con tan malas formas, perdiendo el ánimo y el apetito. Tenía el rostro ennegrecido por la pena y el desconsuelo. Más que un joven adolescente parecía un anciano en un cuerpo que no le pertenecía. Pero a su abuelo, persona sabia donde las hubiese, no le pasó desapercibido su comportamiento y, a pesar de sus continuas negaciones, consiguió que le relatase lo que le ocurría. Le explicó con los más mínimos detalles, los hermosos rasgos de la joven y sus juegos junto al lago y, mientras lo hacía, se le volvió a iluminar el rostro con la alegría y la ilusión de lo que podía ser el primer amor, para momentos después, asumir la faz del anciano que ha perdido en los brazos de la muerte a la compañera con la que ha compartido toda su existencia, al contarle que se fue para no volver por una contestación desafor- tunada.

—¿Cuál fue esa contestación? Si es que puedes decír- melo —le preguntó su abuelo con ternura, mientras le levantaba la barbilla. Dos surcos de húmedas lágrimas recorrieron su rostro.

—Le volví a repetir que no tenía ninguna armadura con un dragón ni dorado ni con ningún otro color. Y que no había visto ninguno nunca —para sorpresa suya, los papeles de ambos se invirtieron durante unos momentos, y esta vez, tuvo que ser él el que tratase de consolarlo (tal fue el desconcierto que le oca- sionaron las últimas palabras que dijo a su abuelo). Ya un poco más recompuesto pero con el rostro teñido de blanco como si el color de la vida le hubiese abandonado, se levantó de la silla en la que se hallaba para dirigirse a un rincón y levantar una tram- pilla que tenía oculta bajo un viejo mueble. Para su sorpresa, sacó una coraza en la que, a la luz de las temblorosas llamas, brillaba la silueta de un dragón áureo. Durante unos segundos se detuvo a contemplarlo y, con los ojos fijos en el fuego de la forja pero perdidos en tiempos inmemoriales, le dijo con voz temblorosa:

—Te contaré lo suficiente para que entiendas un poco lo que está ocurriendo y a lo que, tal vez, nos tengamos que enfrentar —hizo de nuevo una tensa pausa, para, tras volver a tragar saliva, continuar—. Formo parte de una orden secreta de caballeros que se fundó hace mas de mil quinientos años, con el único propósito de defender al mundo de un terrible mal. Me estoy refiriendo a la furia de los dragones —Slay abrió los ojos de par en par y su rostro tomó un matiz blanquecino—. Sí, dragones. Hubo un tiempo en que gobernaron la Tierra a fuerza de terror.

—Siempre pensé que los dragones eran solo simples leyendas que se contaban para asustar a los niños. Cuentos que narrar junto a una hoguera en la noche —le interrumpió Slay, visiblemente consternado.

—Me hubiese encantado que sólo se hubiese quedado en eso, en leyendas. Pero la realidad es mucho más cruda de lo que en estos relatos se revelaba. No entraré en detalles, hay cosas que aún no debes saber. Pero lo que sí te diré es que el entrenamiento que hasta ahora te he dado ha sido solo mera rutina, pero ¡mírate! Ya eres casi un hombre; tienes edad para poder combatir, espada en mano. A partir de ahora te enseñaré cuáles son las normas por las que un caballero de la orden de Draco debe regirse y cuál es su objetivo. Tú llegarás a vestir esta armadura al igual que lo hice yo y que en su tiempo hizo tu padre antes de morir. Pero primero tienes que prometerme que te comprometerás a guardar en secreto nuestra pertenencia a la orden y que, en caso de que muriera de forma violenta, irás en busca del templo llamado “Portal of Haben” en lo más profundo del bosque oscuro. Escucha esto atentamente, ¡no te pares ni siquiera a llorar mi muerte! Ya lo harás cuando todo esto acabe. Tu vida depende de ello y puede que aún más.

—Abuelo, yo… —la barbilla de Slay temblaba sensiblemente, pero trataba de controlar las lágrimas a toda costa—. Yo no puedo prometerte lo que me estás pidiendo, ¡eres mi única familia! ¡Tú no puedes morir! ¡Yo no lo permitiré!

—¡Slay! ¡Mírame, no dudes de mi palabra y haz lo que te digo! —el rostro de su abuelo se transformó en una máscara del más frío e impenetrable mármol. Sus ojos severos e intensos acentuaban la importancia de sus palabras. Incluso Slay dio un paso atrás. ¡Nunca había visto a su abuelo tan exasperado! ¡Casi no podía ni reconocerlo! Realmente debía de ser algo muy importante para que se comportase así—. ¡Debes prometérmelo! Tienes que hacerlo. Puede que ahora mismo no lo entiendas, pero ya lo harás llegado el momento —de nuevo, el semblante de su abuelo cambió de los más duros rasgos que una persona pueda expresar a los más tiernos. Acercando su mano rechoncha, arrugada, áspera y endurecida por años de duro trabajo a su cabeza, alborotó el cabello de Slay mientras se le formaba una entrañable sonrisa—. ¿Lo harás? —le repitió, esta vez en un tono casi suplicante, mientras que con su mirada denotaba expectación.

—Si esto es lo que quieres, haré lo que me pidas. Te prometo que mantendré el secreto y que si algún día llegase ese… —la voz de Slay se quebró en ese momento, pero tras unos segundos logró recuperarse. Y aclarándose la garganta continuó—. Llegado el día en que mueras partiré en busca del templo. Pero, ¿qué tengo que buscar allí?

—Ya lo sabrás cuando llegues. Ahora tu misión será preparar la cena. ¡Me muero de hambre! —y riendo dejaron que la tensión del momento se desvaneciese como la bruma bajo los rayos del sol.

      De repente, el relinchar de su caballo lo trajo de vuelta a la realidad desde sus cavilaciones. Durante las largas correrías juntos, ha aprendido a confiar en el aguzado instinto de su compañero y prestar más atención a los avisos de este cuando algo lo inquieta. Frenando la marcha, se prepara para el combate poniendo en tensión todos sus músculos mientras agarra la empuñadura de su espada, ya que hasta el momento, nunca su compañero lo había avisado en vano. Efectivamente, pasados varios metros, el rumor de una escaramuza se dejaba escuchar entre la maleza. Acercándose con cuidado, consigue ver cómo cuatro guerreros de extraños atuendos mantienen atrapado contra un árbol a un anciano en lo que parece ser una emboscada. De momento, el anciano consigue mantenerlos a raya en su nuevo e improvisado bastión, o sencillamente se están divirtiendo viendo cómo lanza torpes estocadas con un grueso y retorcido cayado. Dando un traspié con una raíz, el anciano cae de espaldas emitiendo un ruido sordo. No soportándolo un segundo más, Slay se lanza al galope hondeando su larga espada en mortales círculos. Antes de que consiguiesen volverse, la cabeza de uno rodó por el mojado suelo. Las espadas curvas de los restantes brillaron bajo la tenue luz crepuscular que a duras penas conseguía abrirse paso entre las nubes de lluvia, mientras lo miraban bajo las gruesas capuchas con las que se cubrían. El que parecía llevar el mando, gorgoteó algo en un idioma que Slay no consiguió entender, ordenando a los dos que quedaban que atacasen. Pero ninguno se movió. Permanecieron inmóviles ante el que parecía ser el jinete de la muerte y el cual se preparaba nuevamente para segarles la vida. Atenazado por el pánico, su líder impelió un tremendo puntapié a uno de ellos, consiguiendo que se le desprendiera la capucha dejando ver su apariencia. Las tornas se cambiaron. Tirando fuertemente de las riendas, Slay hizo que Idalir se levantase sobre sus cuartos traseros frenando bruscamente.

    ¡Nunca había visto algo tan horrible en su vida! No eran humanos con los que estaba peleando, sino unos extraños seres que se erguían como hombres pero cuya cabeza era parecida a la de un reptil. Viendo el rostro de Slay emblanquecido por el temor se miraron, y una mueca en forma de horrenda sonrisa se formó en sus caras.

Eran conscientes de que habían conseguido desestabilizar a su oponente, aunque solo hubiese sido por casualidad, y no estaban dispuestos a desperdiciar esta oportunidad. Abalan- zándose en una feroz embestida, agitaban sus espadas mientras se relamían con una repulsiva lengua bífida que entraba y salía por los afilados dientes mientras goteaba pegajosa saliva. Parecían estar saboreando su carne. Pero antes tenían que cazar a su presa y Slay no estaba dispuesto a convertirse en ella. Tirando de las riendas, hizo que Idalir se levantase nuevamente mientras movía sus gruesos cascos con inusitado brío, haciéndoles saber que el primero en acercarse tendría un doloroso final. Ambos dudaron y trataron de frenar su carga. Uno consiguió detenerse pero el otro no tuvo tanta suerte. Resbalando en el suelo mojado cayó de bruces justo debajo de Idalir. Lo inevitable ocurrió y un estallido de huesos retumbó en el ambiente. Ya no se levantaría más. Estaban acostumbrados a luchar con campesinos, comerciantes o con gente de escaso o ningún entrenamiento marcial, pero no con un guerrero ducho en el arte de la guerra como Slay. Sujetando con las garras temblorosas la curva espada, el otro ser-reptil no fue capaz de oponer resistencia y pronto se reunió con sus compañeros. Ya solo quedaba su líder que, al encontrarse solo, no tardó en levantar los escamosos brazos en signo de rendición, mientras con la afilada espada de Slay al cuello, retrocedía hasta quedar atrapado contra el tronco de un árbol al igual que tenían minutos antes al anciano.

   Ahora era cuando se veía la verdadera naturaleza de estos seres malévolos, ya que incluso estando a punto de morir y temblando sensiblemente por el miedo, sus ojos irradiaban un odio tal que podrían paralizar al más valiente guerrero. Pero no era esto lo que le preocupaba a Slay. Su mente era sacudida como si le golpeasen con una estaca por montones de preguntas que necesitaban una rápida contestación: ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Qué son? ¿De dónde vienen? Abrumado, tendría que organizarlas para encontrar la lógica del asunto o no sacaría nada en claro. Volviendo a mirar al repugnante ser, lo observó esta vez con un poco más de detenimiento. Le subiría un palmo a un hombre alto y su complexión parecía ser fuerte. Bajo la ya casi extinta luz, su piel recubierta de escamas daba la impresión de que fuese metálica, como si llevase una armadura verde oscuro hecha con piel de reptil. También notó que debajo de la gruesa capa trataba de ocultar lo que parecía ser una cota de malla, al igual que los anteriores, solo que más elaborada y gruesa. No cabe duda de que pertenecen a un grupo organizado y que, el ser al que observaba era un rango superior en el escalafón con el que se midiesen. Pero… (girando rápidamente la cabeza le echa un vistazo fugaz al anciano que, entre toses, trataba de incorporarse apoyándose en el tronco del árbol), ¿por qué un grupo organizado intentaría matar o capturar a un pobre viejo? ¿Qué podrían sacar de él? No aparentaba tener dinero. Entonces, ¿quién era? Pasados estos segundos de cavilación, Slay se dispuso a obtener las respuestas fuese de la forma que fuese, así que, arañando con el filo de su espada el cuello al ser, le produjo una herida que le hizo emitir un desgarrado alarido, mezcla de dolor y virulento odio, tiñéndola además de espesa sangre morada. Ahora trató de abrir la boca para preguntar, mas la pregunta no brotó de sus labios. La mirada de su adversario cambió y el brillo de sus ne- gros ojos pasó a denotar expectación, e incluso podría haber jurado que la comisura de la grotesca mandíbula se torció en una leve sonrisa.

  Cayendo en la cuenta, se percató de que no se estaba rindiendo, sino que estaba fingiendo para dirigirlo a una trampa. Un chasquido de rama confirmó su presentimiento. Un quinto ser-reptil, del cual no se percató, había conseguido subirse a un árbol durante la pelea y se había estado preparado para atacar desde las sombras, lo que no tardó en hacer. Al sentir que había sido descubierto, se abalanzó sobre él de forma veloz aunque precipitada, enarbolando la espada sobre su cabeza y lanzando una tremenda estocada. A Slay solo le dio tiempo a cruzar su acero en un rápido reflejo, lo cual fue suficiente para evitar el mortal impacto, pero no para mantenerse sobre el caballo, cayendo de espaldas de forma estrepitosa sobre un charco del camino. Aunque se encontraba aturdido, sabía que no tardarían en abalanzarse sobre él para descuartizarlo y no podría casi ni defenderse, ya que la espada se la había desprendido de las manos en la caída. Mientras trataba de incorporarse vio a su ejecutor acercándose despacio, saboreando el momento y emitiendo sonidos guturales que le sugerían risas. El final se acercaba quedándole apenas unos segundos para pensar en algo. La cabeza le daba vueltas por el golpe y todo se había vuelto borroso a su alrededor. Entre el mundo de sonidos y formas confusas en el que se encontraba ahora, consiguió distinguir el relincho de Idalir, el cual embistió con fuerza al líder de los seres-reptil derribándolo en el suelo.

—Por lo menos, él se salvará —pensó Slay sintiendo un poco de amarga esperanza, ya que si algo realmente le entristecía, era el pensar que pudiesen matar a Idalir. Era prácticamente lo único que tenía. Pero su ejecutor, ciego por la ira, parecía no darse cuenta de nada a su alrededor excepto de que tenía que matar al hombre que había conseguido derribar a tres de ellos. Tenía que conseguir su cabeza como trofeo. Sin demorarse más, tensó los músculos de sus escamosos brazos, apretó fuertemente con sus garras la empuñadura de la espada y lanzó una estocada mortal. Slay solo tuvo tiempo de levantar el brazo para intentar cubrirse la cabeza en un vano intento por defenderse. Un silbido cruzó el viento de la ahora ya presente noche, en vez del sonido cortante de la espada curva, seguido de un alarido cargado más de frustración e ira que del obvio dolor. La muerte no le llegó a Slay. En su lugar, se había llevado al repulsivo ser que se desplomaba sobre él con una flecha atravesada en el cráneo disparada con inusitada precisión. Otro alarido más confirmaba que el otro ser-reptil también había muerto.

    Haciendo un gran esfuerzo por quitarse de encima al pesado cuerpo inerte de la apestosa y repugnante criatura, consigue incorporase lentamente, parpadeando y apretando fuertemente los ojos para normalizar la visión. Ante sí, se encontró con un par de botas de cuero rígido labradas con finos detalles que reproducían hojas de hiedra. Según levantaba la mirada, iba descubriendo la delicada figura de una hermosa mujer elfa vestida con pantalones de cuero blando de color marrón rojizo que realzaban aún más su silueta, también labrados con los mismos motivos y adornados con un cinturón entrelazado con hebras plateadas y azul turquesa. De pronto, la punta de una flecha que la misteriosa elfa mantenía tensada con un arco corto de tejo rojo justo delante de su nariz, hizo que desviase rápidamente la vista hacia el rostro de quien lo amenazaba, quedando sorprendido. Unos ojos almendrados, más afilados que la flecha con la que le estaba apuntando, lo observaban con recelo. El color claro de su rostro era acentuado por la luz de la luna que, poco a poco, se iba abriendo paso entre las ya escasas nubes, dando la impresión de estar tallado en fina porcelana.

—¿Quién eres? ¡Incorpórate! —dijo escuetamente, mientras, para dar más fuerza a sus palabras, hace un gesto con la cabeza descolgándosele algunos mechones de cabello oscuro.

—Me llamo Slay, Slay Kliver, y no tenéis de qué preocuparos —respondió mientras, dolorido, se incorporaba del empapado suelo—. Esas repugnantes criaturas estaban atacando a aquel anciano del árbol y no tuve más remedio que acudir en su ayuda.

—¿Me estás tomando el pelo? No hay ningún anciano en ningún árbol. Estamos solos tú, yo y esas criaturas esparcidas por el suelo —Idalir, ofendido al no ser nombrado, relinchó mostrando su disgusto—. ¡Ah, sí! Y ese hermoso caballo tuyo. Pero no veo ningún anciano.

—¡Juraría que estaba ahí! ¡Lo tenían rodeado y parecía que iban a matarlo! ¡Seguro que ha huido aprovechando que esos repugnantes hombres-reptil estaban distraídos luchando conmigo!

—Slay no salía de su asombro. Seres mitad hombre, mitad reptil. Un anciano que se esfuma sin dejar rastro, a pesar de parecer herido, y ahora una elfa le apuntaba con su arco—. Debo de estar volviéndome loco —pensó en voz alta sin percatarse de ello.

—No, seguramente habrá sido el golpe al caer del caballo lo que te ha producido las visiones. De todos modos, has conseguido matar a tres Dracólitos y eso te convierte, de momento, en mi aliado —su tono de voz era dulce y melodioso, aunque sonaba rígido y un tanto severo—. Mi nombre es Elerien Moon-light y, por cómo patea tu caballo, creo que tendré que corregir la frase. “Habéis” conseguido matar a esos tres Dracólitos. ¿Estás contento ahora, caballo tozudo? —añadió, y poco a poco su voz se fue destensando junto al arco con el que le apuntaba.

—¿No me crees? ¡Te lo aseguro, vestía una especie de túnica que debió de ser blanca en algún momento y tenía una especie de bastón retorcido que no dejaba de agitar tratando de defenderse! —la mirada escéptica de Elerien le hizo dudar unos instantes. Por un momento se sintió turbado y pensó que tal vez se lo hubiese imaginado todo, pero los seres-reptil o Dracólitos como los llamó ella antes, seguían tirados en el suelo tiñéndolo de morado con su espesa sangre. La cabeza le dolía del golpe y no quería seguir pensando en si era o no era verdad lo que había visto—. ¿Puedo recoger mi espada? —concluyó Slay.

—Por supuesto —asintió Elerien—. Tiene que ser una espada extraordinaria. Un acero de aleación normal no habría resistido el terrible tajo que te lanzó este desgraciado —y pateó el cuerpo inerte del Dracólito que yacía con la flecha clavada en la cabeza.

—Sí, lo es. Perdona que no me extienda más, pero estoy completamente empapado y el frío me está calando hasta los huesos. ¿Crees que habrá algún sitio donde pueda secarme y en el que puedas explicarme qué son estos Dracólitos y por qué estaban atacando a ese an…? —en ese momento Slay carraspeó—. Bueno, donde pueda secarme un poco y descansar.

—Lo primero que haremos será salir del camino. Posible- mente lleguen más. Últimamente estos caminos empiezan a estar atestados de ellos. Sígueme, te llevaré a un sitio donde puedas descansar esta noche junto a un buen fuego. Conozco una senda que nos llevará directamente a la posada “La esencia del bosque”, si es que no te importa compartir tu caballo conmigo.

—Inténtalo. No se deja montar por nadie excepto por mí.

¿Verdad Ida…? —antes de que terminase de decir su nombre, Elerien le estaba susurrando unas palabras al oído al caballo y, como si estuviese hechizado, Idalir dobló sus patas delanteras para que ella pudiese montarse.

—No ha sido tan difícil después de todo, Slay Kliver. Es un hermoso animal —dijo mientras le acariciaba el poderoso cuello a Idalir.

—Parece que eres más que una simple guerrera elfa, Elerien Moon-Light —dijo Slay montándose con trabajo debido al dolor que aún sentía del golpe.

 

     Así, emprendieron el camino por una senda que parecía surgir de la nada y que nunca antes había visto, no sin antes echar una última mirada de resquemor a los cuerpos inertes de los Dracólitos que yacían rígidos en el frío suelo.

 

 

Próximamente….

 

CAPÍTULO 2

-La taberna de Demir. ¡Sorprendidos!-